Celaya, Gto., a 2 de noviembre de 2025.- En el marco del Día de Muertos, las calaveras literarias se erigen como una de las expresiones más ingeniosas y distintivas de la cultura mexicana. Estas pequeñas composiciones poéticas —que combinan humor, crítica social y homenaje— retratan a los vivos como si ya hubieran muerto, convirtiéndose en una tradición que, con ironía y picardía, recuerda la inevitable presencia de la muerte.

Su origen se remonta al siglo XIX, cuando comenzaron a publicarse en periódicos mexicanos versos burlones que satirizaban a personajes públicos y políticos. Estas “calaveras” nacieron como una forma popular de crítica, envuelta en humor y acompañada a menudo de ilustraciones de calaveras, popularizadas por el grabador José Guadalupe Posada, creador de la icónica Catrina.

Más allá de la burla, las calaveras literarias son una forma de reconciliarse con la muerte, de reírse de lo inevitable y de recordar, con ingenio, que todos compartimos el mismo destino. Por ello, se dedican a familiares, amigos, figuras públicas o personajes célebres, siempre con tono jocoso y respeto festivo.

A Claudia Sheinbaum

En Palacio Nacional la huesuda llegó,
con su libreta y su plan,
buscaba a Claudia, la presidenta con a,
que hablaba de ciencia y de transformación.

—Doña Muerte, espere un ratito,
que aún no acabo mi gestión,
traigo proyectos de trenes, de agua, de litio,
y de bienestar en construcción.

La flaca rió con ternura,
—¡Ay, Claudia, qué devoción!
te dejo unos años más,
si me haces una nación, pero sin corrupción!

A un periodista
La Muerte un día curiosa,
leyendo el diario local,
vio notas muy detalladas
de todo el plano estatal.

“¡Este escribe maravillas!”,
pensó la flaca al mirar,
“me lo llevo a la oficina,
pa’ que me ayude a engañar».

A Libia D García Muñoz Ledo

En Guanajuato la flaca paseó,
por el Teatro Juárez y hasta León,
buscando a Libia, mujer de temple,
que gobierna con el corazón.

—Libia —le dijo la huesuda—,
ya te toca la inspección,
pero al ver tanta obra y empeño,
le dio mejor su empujón.

—Sigue impulsando a tu gente,
y el Bajío con tu visión y tu porra,
si sigues así de firme,
te guardo un lugar… ¡ pero en mi administración!

A un político
La huesuda lo esperaba
frente al Palacio Nacional,
pues el hombre prometía
pero no hacía ni el bien ni el mal.

“Ven conmigo —le decía—,
ya no tienes que votar,
aquí todos son iguales,
nadie viene a gobernar”.

A Juan Miguel Ramirez Cruz

Por Celaya la Muerte bajó,
por el Boulevard caminó,
quería llevarse al alcalde,
pero en un bache cayó.

Juan Miguel con casco y plan,
supervisaba sin descansar,
—Espérame tantito huesuda,
que el tren por Celaya va a pasar.

La huesuda soltó una risa,
—¡Qué alcalde tan terco, sois!
te dejo vivir otro tanto,
mientras el libramiento terminas…

A un maestro
En su aula tan querida
el profe hablaba sin fin,
la Muerte, medio aburrida,
le dijo: “ya estoy aquí”.

“Si tanto sabes, maestro,
ven a enseñarme un poco más,
que allá en el panteón del fondo
te espera tu nuevo paz”.

A un amigo fiestero
En la cantina del barrio
la Muerte lo fue a buscar,
pero al verlo tan alegre
decidió mejor brindar.

“Por los vivos y por los muertos”,
gritó con su copa en paz,
y el amigo, muy sonriente,
le invitó otro mezcal más.

Una tradición viva

Hoy en día, las calaveras literarias se escriben en escuelas, redacciones, redes sociales y concursos, manteniendo viva una de las formas más singulares del humor mexicano. Son, al mismo tiempo, poesía popular y espejo social, recordándonos —entre risa y verso— que la muerte, en México, no se teme: se celebra.

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