Celaya, Gto., a 2 de Noviembre de 2025.- El Día de Muertos, celebrado los días 1 y 2 de noviembre, es una de las tradiciones más profundas y emblemáticas de México. Más que un homenaje a la muerte, representa una afirmación de la vida y un encuentro espiritual con quienes han partido. Esta conmemoración, reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad desde 2008, fusiona antiguas prácticas indígenas con el calendario católico, dando lugar a una celebración única en el mundo.

Antes de la llegada de los españoles, los pueblos mexicas, purépechas, totonacas y mayas ya rendían culto a sus muertos. Creían que el alma continuaba su viaje en el más allá, y por ello les ofrecían alimentos, flores y objetos que podían necesitar en su travesía. Con el sincretismo religioso del periodo colonial, las festividades indígenas se integraron al calendario cristiano, coincidiendo con el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos.

Hoy, esta tradición se vive en todo el país con una mezcla de solemnidad, color y alegría. Es un tiempo para recordar, agradecer y mantener viva la presencia de los seres queridos en el corazón de las familias.

El altar u ofrenda es el elemento central de la celebración. En cada hogar, escuela o espacio público se erige con esmero, incorporando elementos que tienen un profundo simbolismo. La fotografía del difunto ocupa el lugar principal, rodeada por velas que representan la luz que guía su camino. El incienso de copal purifica el ambiente y permite el paso de los espíritus.

El pan de muerto, con su forma circular y decorado con tiras que aluden a huesos, simboliza el ciclo de la vida y la muerte. Las flores de cempasúchil, con su color dorado, representan el sol y marcan el sendero hacia la ofrenda. El agua calma la sed de las almas tras su largo viaje, mientras que la sal purifica. Las calaveras de azúcar o chocolate recuerdan con humor la inevitabilidad de la muerte, y las catrinas, inspiradas en la obra de José Guadalupe Posada, ironizan sobre las diferencias sociales, recordando que todos somos iguales ante la muerte.

Desde los altares familiares hasta los desfiles urbanos, como el del Paseo de la Reforma en la Ciudad de México, el Día de Muertos se ha convertido en un mosaico cultural. En comunidades como Janitzio, Mixquic o Pomuch, las celebraciones conservan su carácter íntimo y espiritual, con velaciones en panteones, música tradicional y rezos que duran toda la noche.

El Día de Muertos no es solo una fecha para llorar a los ausentes, sino para celebrar su memoria y mantener viva la identidad mexicana. En cada flor, en cada vela y en cada plato de mole ofrecido, late una enseñanza ancestral: la muerte no borra la vida, la transforma en recuerdo.

Esta tradición, que atraviesa generaciones, continúa recordando que en México la muerte no se teme, se honra, trasciende su horizonte y acompaña a los mexicanos donde quiera que se encuentren.

Deja un comentario

Tendencias