Celaya, Gto., a 28 octubre de 2025. — Por Roberto Rodriguez P.
El agro mexicano atraviesa una de sus peores crisis en décadas. La falta de lluvias, los recortes presupuestales, la corrupción en los organismos, el encarecimiento de los insumos agrícolas y la ausencia de políticas integrales han puesto contra las cuerdas a miles de productores, especialmente en regiones clave como el Bajío, el norte y el sureste del país.
Algunos datos relevantes: Las exportaciones agroalimentarias de México entre enero y julio de 2025 cayeron un 4.4 % respecto al mismo periodo del año anterior, alcanzando unos 31 914 millones de dólares; Productores en al menos 20 entidades federativas están realizando protestas debido a los bajos precios que reciben por sus cosechas; En el ámbito estructural, el documento oficial destaca que el sector agroindustrial creció 34 % y el agropecuario 14 % en un periodo reciente, pero esto no mitiga los problemas en áreas primarias del agro. Estos elementos permiten concluir que no se trata de una crisis coyuntural leve, sino de un “estado de alerta” para el campo mexicano.
Causas: ¿por qué está ocurriendo esta crisis?
La crisis tiene múltiples ejes interrelacionados. A continuación, los más relevantes:
a) Costos crecientes y caída de rentabilidad
Los productores enfrentan insumos más caros, los fertilizantes, pesticidas, combustibles, energía electríca y maquinaria se han encarecido entre 40 y 80% en los últimos dos años, mientras que los precios de garantía ofrecidos por el gobierno resultan insuficientes para cubrir los gastos de los productores. Esto erosiona sus márgenes y pone en riesgo la continuidad del cultivo.
Además, en el contexto de exportación, México está siendo afectado por sanciones, plagas o temas de sanidad que reducen la apertura a mercados clave. Por ejemplo, la importación de carne se vio suspendida por presencia de parásitos, y el tomate mexicano enfrenta aranceles de hasta 17 % por parte de Estados Unidos.
b) Vulnerabilidad climática y agua
El cambio climático y las condiciones de sequía o variabilidad hídrica afectan gravemente al agro. Aunque no todos los estudios se centran exclusivamente en el presente periodo, se reconoce que la agricultura depende fuertemente del agua y del clima y que la incertidumbre se está ampliando.
El fenómeno de El Niño y otros fenómenos naturales, sumado al cambio climático, ha reducido drásticamente los niveles de las presas agrícolas. De acuerdo con la Comisión Nacional del Agua (Conagua), más del 70% del territorio nacional presenta algún grado de sequía. Estados tradicionalmente productivos como Guanajuato, Chihuahua, Zacatecas y Sinaloa enfrentan graves problemas de disponibilidad de agua, lo que ha obligado a muchos agricultores a reducir o cancelar sus ciclos de siembra.
En el Bajío, por ejemplo, las presas Solís, Allende y La Purísima registraron (2024) niveles mínimos históricos, afectando los sistemas de riego y generando pérdidas millonarias en cultivos de granos, hortalizas y frutales. La dependencia del agua subterránea ha provocado además una sobreexplotación de los mantos freáticos, con hundimientos y salinización en diversas zonas agrícolas.
c) Políticas públicas y modelo productivo rezagado
Según los análisis, el sector ha estado estructuralmente rezagado: menor inversión, menor adopción de nuevas tecnologías, escasa diversificación, y una política pública que no siempre ha estado adaptada a los nuevos desafíos. Frecuentemente los especialistas hacen hincapié en la “falta de políticas públicas” que respondan a este escenario. Los recortes al presupuesto del sector agropecuario, que en 2025 se estima 40% menor respecto a 2018, han limitado programas de apoyo a pequeños y medianos productores. Iniciativas como “Sembrando Vida” se han concentrado en regiones específicas, dejando fuera a zonas de alta productividad. En tanto, la desaparición de instrumentos como Aserca y Fonden ha debilitado la capacidad de respuesta ante contingencias climáticas.
Expertos del Colegio de Postgraduados advierten que México enfrenta una “desarticulación productiva”, donde los eslabones de financiamiento, comercialización y asistencia técnica han quedado fragmentados. Sin una estrategia integral, señalan, el país podría depender cada vez más de importaciones de granos básicos.
d) Mercados internacionales y dependencia de exportaciones
La posición de México en cadenas globales de valor agrario le expone a shocks externos (como plagas, barreras comerciales, variaciones de precios internacionales). La dependencia de ciertos mercados (especialmente el estadounidense) vuelve al agro vulnerable a decisiones externas. El artículo de exportaciones lo ilustra: caída del envío de granos, carne y otros productos clave.
e) Distribución y escala de productores; consecuencias sociales y marginación.
El tejido productivo del campo mexicano está muy fragmentado: muchos pequeños productores con baja escala, baja inversión, baja tecnología de riego o poscosecha. Esto limita su competitividad frente a grandes productores o frente a productos importados. Estudios académicos más antiguos ya lo señalaban.
La crisis agrícola también tiene un impacto social profundo. Miles de familias campesinas han migrado hacia las ciudades o al extranjero, dejando comunidades rurales envejecidas y con menor capacidad productiva. En estados como Michoacán, Oaxaca y Guerrero, el abandono del campo ha incrementado la vulnerabilidad social y la inseguridad.
Retos y algunas líneas de acción
Para superar (o al menos mitigar) esta crisis, hay varios frentes prioritarios que requieren atención:
Modernización e inversión en infraestructura
Es urgente invertir en riego tecnificado, almacenamiento poscosecha, conservación del suelo, infraestructura de caminos y logística rural. Esto reduce pérdidas, mejora calidad y reduce costos.
La modernización también implica fomentar agro-tecnologías, innovación y diversificación de cultivos.
Políticas públicas focalizadas y adaptadas
El Estado debe diseñar políticas que reconozcan la heterogeneidad del agro mexicano (grandes productores vs pequeños, zonas secas vs húmedas) y apoyos que vayan más allá de subsidios generales. Por ejemplo: seguros climáticos, apoyos al riego, programas de mejora genética adaptados al cambio climático, extensión técnica.
Adaptación al cambio climático y gestión del agua
La crisis hídrica es ya un factor central. Es necesario fortalecer los sistemas de captación, almacenamiento y uso eficiente del agua, promover cultivos resistentes al estrés hídrico, gestionar cuencas y proteger recursos.
También es clave integrar el agro al ciclo de servicios ecosistémicos, conservar suelos, reducir erosión y proteger biodiversidad.
Acceso a mercados, comercialización y valor agregado
Mejorar la calidad, la trazabilidad, certificaciones fitosanitarias, apertura de nuevos mercados. Diversificar destinos de exportación para no depender excesivamente de un solo país. Fomentar valor agregado local: agroindustrias, procesamiento, marca país.
Además, los problemas recientes de sanciones (al tomate, carne) evidencian que el cumplimiento sanitario internacional es estratégico.
Apoyo al pequeño y mediano productor
Dado que una gran parte de la producción está en manos de pequeños productores, la estrategia debe incluir cooperativas, alianzas productivas, educación, financiamiento rural asequible, y mecanismos de acceso a insumos y mercados más justo.
Integración regional con perspectiva local
En estados como Guanajuato (que te interesan especialmente), la estrategia puede tener un enfoque regionalizado: aprovechar clústeres agrícolas, agro-exportadores, sinergias con industria (packaging, logística), aprovechamiento de tratados comerciales (T‑MEC) y fortalecer la integración urbana-rural.
Un llamado urgente al rescate del agro
Organizaciones campesinas y gobiernos locales piden un pacto nacional por el campo que integre políticas de tecnificación del riego, uso eficiente del agua, incentivos verdes, y precios de garantía que aseguren la rentabilidad. Sin una respuesta inmediata, advierten, México podría enfrentar una crisis alimentaria que impacte directamente en la canasta básica y en el costo de vida de millones de familias.
El campo mexicano, que durante décadas fue símbolo de identidad y fortaleza, hoy exige soluciones urgentes para no convertirse en un recuerdo del pasado. La tierra está ahí, fértil pero sedienta; el reto, como señalan los productores, es “volver a creer en el agro antes de que sea demasiado tarde”.
La crisis del agro mexicano no es un “episodio pasajero”, sino más bien un conjunto de tensiones estructurales que convergen: cambio climático, agua, costos, mercado internacional, políticas públicas insuficientes, fragmentación productiva.
Para revertirla (o al menos que no se agrave) se requiere un giro estratégico en el que el campo deje de verse solo como el proveedor de insumos básicos y sea parte activa de una cadena de valor moderna, resiliente, adaptada a la sustentabilidad y al mercado global.





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