Celaya, Gto., a 27 de octubre.- Por décadas, el nombre de Manuel “Manolo” Lapuente Díaz ha sido sinónimo de disciplina táctica, carácter y resultados en el futbol mexicano. Nacido el 15 de mayo de 1944 en Puebla, Lapuente comenzó su trayectoria como futbolista profesional en la década de los sesenta, destacando como delantero en equipos como Necaxa, América, Puebla y Cruz Azul, donde demostró su olfato goleador y su inteligencia dentro del campo. Sin embargo, sería en los banquillos donde alcanzaría la inmortalidad deportiva.

Como jugador, Lapuente no fue una figura mediática, pero sí un referente de entrega. En Necaxa fue goleador y capitán, y su paso por el América consolidó su reputación como profesional ejemplar. Esa mentalidad lo acompañó en su transición al cuerpo técnico, donde debutó como entrenador en 1984 con Puebla FC, club al que llevó a la gloria en 1989-1990 conquistando la Liga, la Copa y el Campeón de Campeones, un triplete histórico que cimentó su prestigio como estratega de élite.

Su momento cumbre llegó en 1998, cuando dirigió a la Selección Nacional de México en el Mundial de Francia. Bajo su liderazgo, el Tri mostró orden, combatividad y personalidad, logrando avanzar a octavos de final tras una fase de grupos memorable, con remontadas ante Corea del Sur y Holanda. México cayó con dignidad ante Alemania, pero Lapuente dejó claro que su modelo de juego —basado en equilibrio y compromiso— era efectivo.

Previo a esa experiencia mundialista, ya había conducido a México a uno de sus mayores logros en torneos oficiales: la Copa Confederaciones de 1999, disputada en territorio nacional. El combinado tricolor venció en la final a Brasil en el Estadio Azteca por 4-3, en un encuentro épico que le dio al país su primer título FIFA. Ese triunfo consagró a Lapuente como uno de los entrenadores más exitosos de la historia del futbol mexicano.
Además de su paso por la selección, Lapuente dejó huella en equipos como Puebla, Necaxa y América, con los que conquistó múltiples campeonatos de liga (1994-95 con Necaxa, 2002 con América). Su estilo —serio, metódico, exigente— se caracterizó por su capacidad para formar equipos sólidos más allá de las estrellas, con jugadores comprometidos y esquemas tácticos balanceados.

Reconocido como un hombre de carácter fuerte, pero también como un líder respetado, Manolo Lapuente pertenece a una generación de entrenadores que consolidaron la identidad del futbol mexicano en los noventa y dos mil. Su legado trasciende títulos: representa el trabajo, la disciplina y la convicción de que el éxito se construye con método y pasión.
A más de medio siglo de su debut como jugador, Manolo Lapuente sigue siendo un símbolo de profesionalismo y una figura imprescindible en la historia del balompié nacional, recordado tanto por sus estrategias como por su inquebrantable amor al futbol mexicano.





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