Celaya, Gto., a 18 de octubre de 2025.- Con su característico color amarillo anaranjado y su aroma inconfundible, la flor de Cempasúchil —también llamada «flor de muerto»— se ha convertido en uno de los elementos más representativos del Día de Muertos en México. Su nombre proviene del náhuatl cempōhuālxōchitl (Zempaxochitl, cempaxochil, cempaxuchil) que significa “veinte flores” o “flor de muchos pétalos”, y desde tiempos prehispánicos ha sido considerada una guía espiritual para las almas que regresan al mundo de los vivos.

Los antiguos mexicas creían que el intenso color del cempasúchil representaba la luz del sol, por lo que colocaban sus pétalos formando senderos para que las ánimas pudieran encontrar el camino hacia las ofrendas preparadas por sus familias. Esta tradición persiste hasta nuestros días: los caminos de pétalos, los arcos florales y los altares adornados se convierten en una bienvenida visual y aromática para los difuntos durante la celebración del 1 y 2 de noviembre.

Además de su simbolismo espiritual, el cempasúchil tiene una larga historia en la herbolaria mexicana. Se le atribuían propiedades para aliviar malestares estomacales y respiratorios, y era utilizada en rituales de purificación. Hoy, su cultivo se ha convertido también en una importante actividad económica para comunidades rurales, especialmente en los estados de Puebla, Oaxaca, Hidalgo, Michoacán y el Bajío, donde cada año se producen millones de plantas destinadas a mercados y panteones.

En los altares de Día de Muertos, esta flor no solo aporta color y aroma, sino también significado. Representa la luz, la esperanza y el puente entre dos mundos. Al caer la noche, los campos y cementerios iluminados con velas y cempasúchil ofrecen uno de los paisajes más emotivos de la tradición mexicana: un homenaje vivo a quienes ya partieron, pero que siguen presentes en la memoria colectiva.

Más que un adorno, la flor de cempasúchil es un lenguaje simbólico. Sus pétalos indican el camino, su color evoca el sol y su presencia recuerda que la muerte, lejos de ser un final, es un encuentro con la memoria y el amor perdurable.

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