Celaya, Gto., a 2 de octubre de 2025.- El 2 de octubre de 1968 se convirtió en una de las fechas más dolorosas y paradigmáticas de la historia contemporánea de México. La represión en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco marcó no sólo el fin abrupto de un movimiento estudiantil que pedía libertades democráticas, sino también la consolidación de un régimen autoritario que mostró su rostro más violento. Desde entonces, la consigna “2 de octubre no se olvida” ha trascendido del recuerdo de los caídos a un símbolo de resistencia y exigencia de justicia.

El movimiento del 68 y su sangrienta represión exhibieron las grietas del sistema político del PRI, que hasta entonces se presentaba como un régimen estable y modernizador. La masacre aceleró el desgaste de la legitimidad del partido hegemónico y sembró en las generaciones posteriores una semilla de crítica que décadas después sería parte de los procesos de transición democrática de los años noventa y principios de los dos mil. En la vida política actual, los ecos del 68 aparecen en la desconfianza hacia el poder, en la exigencia de transparencia y en la defensa de las libertades de asociación y expresión.

El 68 también abrió una fractura social. Por un lado, generó miedo y silencio; por otro, despertó una cultura política juvenil que, con el paso del tiempo, se transformó en colectivos, ONG y movimientos que hicieron de los derechos humanos un eje de lucha. La conmemoración anual no es sólo un ritual: es una pedagogía de la memoria. En cada marcha y en cada mural se afirma que la violencia de Estado no puede normalizarse y que los jóvenes tienen un papel central en la construcción democrática.
En 1968, el gobierno de Díaz Ordaz buscaba mostrar al mundo, a través de los Juegos Olímpicos, un México moderno y en crecimiento económico. Sin embargo, el contraste entre la vitrina olímpica y la sangre en Tlatelolco reveló el costo social de un modelo desarrollista que priorizaba la imagen internacional sobre la justicia interna. Desde entonces, el país ha transitado por diferentes etapas económicas —crisis de los setenta y ochenta, apertura comercial de los noventa, globalización actual—, pero persiste una deuda estructural: el desarrollo económico sin democracia ni equidad genera fracturas sociales que tarde o temprano desembocan en conflicto.

“2 de octubre no se olvida” es más que un lema; es una advertencia permanente contra el autoritarismo y el abuso del poder. Su vigencia radica en recordar que el progreso económico sin justicia social es frágil, y que la democracia sin memoria puede ser cómplice de la repetición de las violencias del pasado. El 68 se mantiene vivo en las luchas feministas, en los reclamos de los pueblos originarios, en la exigencia de justicia para los desaparecidos, y en cada movimiento que cuestiona la desigualdad y la violencia estructural.

En suma, el 2 de octubre dejó de ser solo una fecha de duelo: es un punto de inflexión que sigue dialogando con la política, la sociedad y la economía mexicana. Recordarlo críticamente es, quizá, la mejor forma de impedir que la historia se repita.





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