San Miguel de Allende, Gto. a 8 de julio de 2025.- La ciudad que se ha consagrado internacionalmente por su legado arquitectónico y cultural enfrenta hoy uno de sus mayores dilemas urbanos: la gentrificación. Este fenómeno, asociado al encarecimiento de la vivienda y la sustitución de residentes locales por población con mayor poder adquisitivo, se ha acentuado de forma crítica en la otrora tranquila villa.

Desde 2017, la propiedad promedio alcanzó 520 000 USD y las casas históricas del centro llegaron a cotizarse en 3 millones USD justo antes de la pandemia. Inversionistas extranjeros —especialmente estadounidenses, que representan más del 60 % de las compras— han impulsado la especulación inmobiliaria .
Airbnb se ha convertido en un actor clave: con más de 3 300 rentas activas en 2019, de las cuales el 78 % eran casas completas, la oferta vacacional crece mientras los precios locales de renta y venta lo hacen aún más. La promesa de que “la propiedad casi se paga sola” con ingresos turísticos ha justificado precios prohibitivos, expulsando paulatinamente a la población originaria.

San Miguel, como Patrimonio Mundial de la UNESCO, ha priorizado su revitalización cultural y urbana, implementando planes urbanos desde 2005 alineados con intereses turísticos. Estos instrumentos han habilitado el arribo de capital extranjero para embellecer zonas patrimoniales, mientras se convierten en polos de servicios exclusivos, hoteles boutique, restaurantes gourmet y franquicias internacionales.
El desplazamiento se manifiesta en múltiples formas:
- Familias venden o rentan al centro y son obligadas a reubicarse en periferias más inseguras, a menudo sin acceso a los servicios adecuados;
- El suministro de recursos como agua se tensiona: las pipas privilegian a zonas con compradores adinerados, incluso en detrimento de zonas vulnerables;
- La identidad local se halla en riesgo: la creciente presencia de expatriados y turistas angloparlantes ha alterado el tejido social —“se han apropiado de todo los extranjeros” se quejan habitantes locales.

No obstante, hay contornos de esperanza: comunidades indígenas y vecinas han fortalecido sus prácticas culturales—fiestas, ofrendas, tradiciones—como actos de resistencia frente a la presión del mercado Redes vecinales se organizan para mantener una voz en las decisiones territoriales .
San Miguel consolidó en el siglo XX una comunidad artística alrededor de instituciones como el Instituto Allende, fundada en los años cuarenta, lo cual atrajo oleadas de extranjeros que se establecieron y enriquecieron el patrimonio local. Sin embargo, este encuentro —que podría haberse dado en un espíritu de mutua colaboración— se ha convertido en muchos casos en mercantilización de la cultura, donde el uso del espacio central buscar el gusto del turista, no la del residente.
La gentrificación en San Miguel de Allende responde a una combinación de fuerzas:
- Foráneas: migración de jubilados e inversores hacia un entorno seguro y estético.
- Locales: políticas municipales enfocadas al turismo cultural.
- Tecnológicas: plataformas como Airbnb que optimizan la rentabilidad de las propiedades
El reto es revertir o mitigar sus efectos: garantizar vivienda asequible, regular rentas vacacionales, proteger el acceso de los locales al centro histórico y fomentar una planificación urbana más inclusiva. Activistas y académicos alertan: sin estas medidas, San Miguel corre el riesgo de convertirse en una vitrina vacía —rica en estética, pobre en vida comunitaria.
San Miguel de Allende vive hoy una gentrificación transnacional que ha elevado su desarrollo económico, pero también ha profundizado la desigualdad social y el desarraigo cultural. La respuesta requiere unión entre autoridades, vecinos, empresarios y académicos para rescatar su esencia y futuro.





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