Celaya, Gto., a 19 de mayo de 2025.- Desde su creación, el programa “Hecho en México” ha buscado posicionarse como una estrategia para fortalecer la economía nacional, fomentar el consumo interno y proyectar el orgullo por la producción nacional. Sin embargo, a más de dos décadas desde sus primeros usos institucionales y con renovados impulsos gubernamentales en los últimos sexenios, la iniciativa aún genera debate: ¿es una solución estructural al rezago económico y manufacturero del país, o simplemente una narrativa política con resultados limitados?

Orígenes e intención
El sello “Hecho en México” se remonta a finales del siglo XX, pero fue en los años 2000 cuando comenzó a institucionalizarse de manera más formal. Su objetivo era claro: distinguir los productos manufacturados en territorio nacional y elevar su prestigio tanto en el mercado interno como externo. A través de campañas publicitarias, estímulos fiscales y ferias comerciales, el programa buscó motivar a los consumidores mexicanos a optar por lo nacional frente a lo importado.
En los años recientes, y especialmente tras la crisis generada por la pandemia de COVID-19, el gobierno federal ha redoblado esfuerzos por impulsar este tipo de programas bajo la lógica de la “autosuficiencia económica”, la reindustrialización y la recuperación del poder adquisitivo.

Argumentos a favor
Los defensores del programa señalan varios beneficios concretos:
- Fomento al empleo local: Al privilegiar productos hechos en el país, se estimula la creación de empleos en sectores como la manufactura, el agro y las pequeñas y medianas empresas (PyMEs).
- Impulso al emprendimiento: La marca país puede abrir puertas a nuevos emprendedores que buscan reconocimiento y posicionamiento sin competir inmediatamente con marcas internacionales.
- Reducción de la dependencia extranjera: En tiempos de tensiones globales y rupturas de cadenas de suministro, producir localmente es también una cuestión de seguridad económica.
- Identidad y cultura: El “Hecho en México” no es solo una etiqueta comercial, sino también un símbolo de identidad, creatividad y calidad cultural.

Las críticas y limitaciones
No obstante, los resultados concretos de la iniciativa han sido ambiguos, y las críticas no han cesado. Académicos, empresarios y analistas señalan que el programa suele tener más peso como discurso político que como estrategia económica real.
- Falta de infraestructura y financiamiento: Muchos productos nacionales no compiten en precio ni en calidad con sus equivalentes extranjeros debido a altos costos de producción, baja inversión en innovación y cadenas logísticas deficientes.
- Corrupción y simulación: En algunos casos, empresas con productos que apenas cumplen los mínimos estándares de calidad han recibido el sello “Hecho en México”, lo cual debilita su credibilidad.
- Poca articulación con el comercio internacional: Aunque se busca exportar productos mexicanos, no hay suficientes apoyos institucionales para la internacionalización de PyMEs, y muchas se quedan en el mercado local.
- Consumo aspiracional: En ciertos segmentos de la población persiste la percepción de que lo extranjero es mejor, lo cual limita el impacto del llamado al consumo nacional.

Entre lo simbólico y lo práctico
Uno de los mayores retos del programa es su ambivalencia entre lo simbólico y lo operativo. Si bien es cierto que puede despertar orgullo nacional y generar identidad colectiva, esto no necesariamente se traduce en políticas industriales eficaces. Un sello, por sí solo, no sustituye la inversión en tecnología, capacitación laboral ni la mejora de marcos regulatorios.
Además, el uso reiterado del “Hecho en México” en discursos políticos —especialmente en campañas o informes de gobierno— ha llevado a una politización de la etiqueta. En muchos casos, se presenta como un logro en sí mismo, sin rendición de cuentas sobre su impacto real en indicadores como el crecimiento del PIB manufacturero, el empleo formal o las exportaciones.

¿Qué se necesita para que funcione?
Para que “Hecho en México” sea algo más que un eslogan, se requiere una política industrial coherente, de largo plazo y no sujeta a los ciclos políticos. Esto implica:
- Financiamiento efectivo a la innovación y desarrollo tecnológico.
- Educación técnica de calidad que prepare a los trabajadores para industrias del siglo XXI.
- Alianzas público-privadas que construyan cadenas de valor fuertes dentro del país.
- Un sistema de certificación transparente y exigente que dé valor real al sello “Hecho en México”.
“Hecho en México” tiene potencial, pero su eficacia depende de que deje de ser un emblema vacío y se convierta en la punta de lanza de una política industrial robusta. Mientras no se resuelvan los problemas estructurales de producción, distribución y consumo en el país, el programa corre el riesgo de seguir siendo más un instrumento de propaganda que una verdadera herramienta de transformación económica.





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